La Habana (PL) Pudiera considerarse que la misma importancia que en África se concede a la familia -nuclear o extendida- es similar al valor que le otorgan a la palabra tanto en el ámbito tradicional como en el contemporáneo.
El desarrollo de civilizaciones ágrafas en el continente dejó huellas culturales de magníficas dimensiones mediante ese instrumento de la comunicación sonora, y cuyos contenidos hoy se estudian a fin de construir modelos que completen la historia de la región, pues aún no develó todos sus misterios.
Seguir la trayectoria del proceso de comunicación significa investigar mecanismos y métodos empleados como formas de intercambio en el seno de las diversas comunidades, para hallar razones muy particulares que las engarzaron mediante el empleo de lenguajes unas veces similares o parecidos y otras diferentes.
Pero en ese último caso, las distinciones no establecieron en principio separaciones sustanciales, sino posteriormente, en el período tardío de la construcción de las comunidades, así la lengua se convirtió en un elemento de diferenciación al integrar las naciones en la correspondiente etapa pre-estatal.
La palabra es punto de partida de todo lo humano. La correspondencia entre los hombres y el mundo pasa siempre por la mediación de la palabra. Ella es voz que nombra la realidad, es referencia y signo que determina todas las representaciones, apunta Rafael Fouquié en artículo titulado El poder de la palabra.
Si bien muchas inquietudes intelectuales frecuentemente tratan de dar explicaciones a fenómenos relativos a la creación del ser humano y a su desempeño sobre la faz de la tierra, en el caso de África un conjunto de esas respuestas se concentran en el tesoro de la oralidad.
La tradición oral construye sus propios espacios para llenar lagunas que ayuden a conocer la continuidad de la vida en las comunidades donde la grafía no existía, además con los vocablos se revestía de legitimidad a los jefes como le correspondía hacer a los griots.
NARRADORES Y VIGILANTES
Para los estudiosos, los griots son narradores orales, guardianes de la historia de la aldea y de las genealogías de sus habitantes y quienes además ocupan un sitio respetado en el clan, porque antes de la escritura, memorizaban todos los acontecimientos sobresalientes de la vida del lugar y de los vecinos.
La tarea de ellos es escuchar y preservar el discurso, ampliar y elaborar lo que sea necesario para defenderlo de otros discursos, precisa un artículo de Mundo Africano, al comentar que por medio de la palabra se tiene conocimientos de la vida en la aldea: nacimientos, fallecimientos, bodas, estaciones, cazas y guerras.
Con lo anterior, los griots aseguran la continuidad y preservación del patrimonio colectivo, de la cultura y de la genealogía del clan, de todo eso podría hablar horas y hasta días y traer de memoria a la conversación una historia transmitida por otro de ellos, -en todo caso con ligeras alteraciones.
El narrador debe necesariamente respetar la esencia de lo que es depositario y tiene como deber trasmitirla de inmediato a la comunidad y a las generaciones sucesoras, pero esa confianza la cuestionan quienes rechazan la existencia de una historia mantenida viva mediante la tradición oral. Muchos autores que se han enfocado en temas relacionados con el continente africano, señalan que este lugar carece de historia porque no se escribió, la historia africana sólo pertenece a su gente, es decir, las personas mayores de cada etnia transmiten sus experiencias de forma oral.
El comentario anterior aparece en el portal digital africa-cinthia.blogspot.com, donde además se plantea que la protección de la tradición oral en tanto patrimonio de la comunidad pasa por el hermetismo con que se guarda lo secreto en esta.
Ahí encontramos uno de los valores principales de la oralidad a nivel de pueblo, lo cual ayuda a definir las características de los respectivos grupos humanos, todos africanos, pero distintos en su legado.
En esta línea, es momento de recordar la frase muy socorrida del etnólogo maliense Amadou Hampaté Ba: En África, cuando un anciano muere, una biblioteca arde.
No se aborda el tema de la tradición oral africana sin citar a Amadou Hampaté Ba, (Bandiagara, Mali 1900-Abiyán, Costa de Marfil 1991), cuya labor en la recuperación y transmisión cultural y sus archivos manuscritos de medio siglo de investigación sobre tradiciones orales, constituyen una sólida defensa al quehacer del intelecto continental.
Los pueblos de raza negra, sin desarrollar la escritura, han desarrollado el arte de la palabra de una manera muy especial. A pesar de no estar escrita, su literatura no es menos bella, defendió el académico.
Cuántos poemas, cuántas epopeyas, cuentos históricos y heroicos, fábulas didácticas, mitos y leyendas de verbo admirable se han transmitido así a través de los siglos, fielmente llevados por la memoria prodigiosa de los hombres de la oralidad, apasionadamente enamorados de un bonito lenguaje y de la poesía, agregó.
La defensa de la oralidad esgrimida por Hampaté Ba de ningún modo es un ejercicio festinado, al contrario implica colocar en un tablero incompleto las piezas que faltan de un imaginario que conjuga arte y estética en la palabra, así como su embrujo y poder de revolucionar las mentes.
No obstante, la imagen bucólica de esa forma de comunicación primaria se sintetiza en el anciano que rodeado de niños cuenta historias mientras que el atardecer cae, o mejor como dijo Amadou Hampaté Ba: Yo soy un diplomado de la gran universidad de la palabra enseñada bajo la sombra de los baobabs.